Era hace casi un año. El sol empezaba a salir y era obvio que se venía una mañana hermosa. Como todos los días mi hijo mayor, que en esa época estaba escolarizado, ya había salido al colegio, y estábamos con Joaquín, mi pequeño de poco más de un año, en el jardín. Como casi todos los días él estudiaba cada planta, cada tallo, y cada hoja, en busca de insectos o cualquier evento emocionante, pero sobretodo no se olvidaría de revisar “su árbol”. No teníamos idea del increíble espectáculo que veríamos esa mañana.
Su tarea, hace ya varias semanas, había sido el encontrar unos “gusanos” que se habían convertido casi en plaga en la planta de taxo, que crecía enredándose en el árbol de algarrobo del jardín de la casa. Los veía con tanto detenimiento, los observaba cómo se movían, y luego se obsesionaba con toparlos con un palito para ver cómo reaccionaban. Podía pasarse ¡hasta 5 minutos! totalmente quieto mirando un gusano. Asumí que eran orugas de alguna polilla y no les hice mucho caso. Pero Joaquín estaba asombrado por estos “gusanos” a los que veía todos los días. De pronto dejaron de aparecer y ¡empezamos a encontrar las pupas! La cosa se estaba poniendo interesante porque eran varias pupas, y ahora yo ya quería saber de qué eran.
Pasaron los días y Joaquín observaba el árbol pero no había mucha acción. Hasta llegar a esa hermosa y tibia mañana en la que Joaquín insistió que saliéramos a ver “su árbol”, y frente a nuestros ojos vimos un espectáculo salido de un cuento de hadas. De las pupas salían delicadas mariposas que iban estirando sus hermosas alas. Se quedaban quietas, como contándole a Joaquín su gran secreto. Algunas se pararon sobre Joaquín, que estaba totalmente quieto y sin habla, viendo el espectáculo.
Ese día fue un día increíble. Joaquín vio uno de los espectáculos más maravillosos de la naturaleza. Docenas de mariposas volando por todas partes, y Joaquín y yo habíamos compartido un momento único, irrepetible. Estoy segura de que tiene grabada la imagen de una mariposa en su mano y en su pecho, porque ahora, cada vez que ve una me señala su mano.
Cuando llegó mi hijo Julián del colegio y le conté, puso una cara de tristeza terrible por no haber podido ver el espectáculo. Y es solo ahora, que está en casa y lo veo, como ayer, lijando y preparando una tabla para hacer un comedero de aves, que pienso que estamos haciendo lo correcto. Y he decidido que no se va a perder de otro día mágico como el día en el que volaron las mariposas.