Los niñxs ya no juegan más

Publicado el diciembre 23, 2013Categoría: Artículos, BlogEtiquetas: , 6,4 minutos de lectura

Autora: Margaret Wente (Editorialista canadiense muy reconocida, ganadora del «National Newspaper Award»)
Titulo original del artículo: Kids don’t play anymore. Publicado en el «Globe and Mail» en noviembre del 2013.
Traducido por Natalia Rivera con autorización por escrito de la autora.

Las nuevas y flamantes urbanizaciones de Toronto se van extendiendo hasta los campos de maíz, una nueva por mes. Manejo por ahí todo el tiempo. Aquí es donde viven las nuevas familias. Pero las calles y veredas se encuentran extrañamente calladas. Rara vez se ve un niño. No hay niños en bicicletas. No hay niños jugando en las calles. No hay niños corriendo libres en grupos hasta que sus mamás les llamen a la cena. Es como si los niños se hubieran desvanecido.

¿Dónde están? Adentro, haciendo tareas o jugando Nintendo. En las guarderías de jornada completa o en otros sitios de cuidado infantil. En vez de jugar fútbol callejero, están jugando deportes organizados con entrenamientos con horarios y juegos, supervisados por adultos. Están en Kumon o baile o arte, o natación o en tae kwon do. Los niños de clase media alta están, ocupados, ocupados, ocupados, con horarios que podrían competir con cualquier director ejecutivo.

Nunca se acaba. En la escuela secundaria, empiezan a armar sus currículos para la universidad. ¿Servicio comunitario? Listo y chequeado. ¿Deportes? Listo y chequeado. Si tienen algún talento atlético, sus padres empiezan a invertir mucho tiempo y dinero en ello. Para los 18, ya son veteranos de la vida programada.


No es de sorprendernos que muchos de ellos sean indefensos e inútiles. Todas sus vidas, alguien más les ha dicho qué hacer y dónde estar. Una vez que están por su cuenta, colapsan. Las universidades reportan niveles récord de estrés entre sus estudiantes. Los profesores se quejan de que, en particular para sus estudiantes varones, los de 19 años de hoy se comportan como los de 17 de antes. Estos niños nunca aprendieron a pararse solos en sus propios pies.


¿Será que les estamos haciendo más mal que bien?


David Whitebread piensa así. Él es un sicólogo de la Universidad de Cambridge que se especializa en el estudio de los primeros años de la infancia. Él y otros 120 expertos han lanzado una campaña para pedir al gobierno Británico que se retraiga en la educación temprana, la cual comienza a los 5. El que los niños comiencen su educación formal demasiado temprano, afirma, puede producir un “daño profundo”, incluyendo problemas de estrés y de salud mental. Hasta la edad de 7 años, lo que realmente necesitan los niños es… jugar.


“El juego es una manera poderosa para impartir destrezas sociales”, escribe Peter Gray, un sicólogo evolutivo quien cree que la vida de los niños se ha convertido en terriblemente regimentada. El juego también enseña a los niños a manejar intensas emociones negativas, como el miedo y la ira, y a probarse ellos mismos al tomar riesgos controlados. El juego no estructurado y sin supervisión (oh, ¡qué terrible!) es crucial para su desarrollo.


“En el juego, los niños toman sus propias decisiones y resuelven sus problemas,” escribe el Prof. Gray. “En ambientes controlados por adultos, los niños se vuelven débiles y vulnerables. En el juego, son más fuertes y poderosos. El mundo del juego es la práctica para ser adultos.”
Esos niños que jugaban hasta que oscurezca no estuvieron perdiendo el tiempo. Estaban aprendiendo lecciones de vida en resolución de problemas, negociación y resiliencia. Y estuvieron mejor sin tu ayuda.


En sociedades cazadoras recolectoras, los niños juegan constantemente hasta bien avanzada la adolescencia. Pero ahora, como observa el Prof. Whitebread, el juego ha sido sacado de sus vidas por una sociedad basada en el miedo y el riesgo, por nuestra separación de la naturaleza y por la presunción cultural generalizada de que “mientras más temprano mejor”.


Pero lo que realmente ha matado al juego es la ansiedad total de que los niños que no reciben una debida estimulación desde una edad muy temprana, administrada y controlada -por profesionales y sus padres- perderán en el creciente y competitivo juego de la vida. Esto es lo que está detrás de esta presión por guarderías de jornadas completas, una presión que puede tener resultados desafortunados. No todos los niños prosperan. Algunos desarrollan mucha ansiedad y estrés. Es simplemente demasiado, y desde tan temprano.


Los padres de clase media están entendiblemente ansiosos por dar a sus hijos las mejores oportunidades posibles en la vida. Es por esto que están dispuestos a invertir más que nunca en “las credenciales del niño”. Es por esto que la palabra en inglés “parent” (padre o madre) se ha convertido de un sustantivo a un verbo. Ya no es suficiente únicamente alimentarlos y vestirlos. Ahora deben ser guiados a través de cada paso de la vida.


Los padres de hoy están más cerca de sus hijos de lo que nunca lo han estado, y eso es en su mayoría bueno. Pero esta cercanía no siempre fomenta la independencia. El teléfono celular es una extensión del cordón umbilical. El otro día, leía una entrevista con una ejecutiva de alto rango quien también es mamá de una joven de 15 años. En la mitad de la entrevista, su celular sonó. Era su hija, quien le llamaba para preguntar a su mamá si debía comer una galleta.


Yo nací en los años 1950’s, que era otro mundo. Yo era parte de un grupo de niños, que hacíamos cosas supuestamente prohibidas (trepar y jugar en lugares de construcción era una de mis favoritas) donde en verdad podías hacerte daño. A veces, no veíamos a adultos por horas. Había también largos momentos de aburrimiento. Yo comencé a cuidar de mi hermano y mi hermana a la edad de 10 años. Cuando fui a la universidad, mis amigos y yo raramente hablábamos. Había un teléfono al final del pasillo para 38 estudiantes, y las llamadas de larga distancia eran caras. Ellos tenían su vida y yo tenía la mía, y era así desde hace mucho.


No estoy diciendo que era mejor. Los niños de hoy están expuestos a experiencias enriquecedoras que mi generación nunca pudo ni soñar. Ellos están increíblemente realizados. Estoy feliz de que no tenga que competir con ellos.


Pero cuando me invitan a participar en los comités para otorgamiento de becas para escoger al mejor o la mejor y al o la más brillante a veces hago una pausa. Los candidatos llegan con unos currículos que deslumbran. Tienen unos promedios de A+ y han ganado en competencias de natación y han sido voluntarios en orfelinatos en Nepal. Son buenos, y están metidos en tantas cosas que es un milagro que tengan tiempo para dormir. Pero muchos de ellos son de un kilómetro de largo y un centímetro de profundidad. No han pensado profundamente sobre la vida. Son increíblemente trabajadores pero terriblemente convencionales. Son muy, pero muy buenos para saltar a través de baches.


Sería bueno que en ocasiones dejáramos a nuestros hijos sentados soñando bajo los árboles solos. ¿Quién sabe? Incluso ni nos extrañarían.